Jorge Rodríguez, comisionado comunal de Rumi Punco trabajó en Europa durante 12 años, es especialista en procesos de laboratorio industrial, ofreció un testimonio revelador sobre las condiciones de seguridad e higiene en la producción de sustancias químicas de alto riesgo, entre ellas el fentanilo. Su relato muestra dos caras opuestas de una misma realidad: el rigor de un protocolo industrial correctamente implementado frente a la precariedad de laboratorios que desatienden las medidas básicas de protección.
Rodríguez explicó que en un laboratorio de fabricación a escala industrial, el proceso en reactor constituye la fase más crítica. Desde la limpieza con hisopos para verificar la ausencia de residuos, hasta la carga de diluyentes como acetona o isopropanol, cada etapa debe estar estrictamente documentada y autorizada por un ingeniero químico, bajo la supervisión de responsables especializados. “En estos procesos hay aproximadamente seis firmas que validan cada paso. Nada se hace sin control”, enfatizó.
El especialista detalló que la reacción se desarrolla en la parte superior de los reactores —estructuras de gran altura— y que los productos pasan luego por un sistema de centrifugado para separar las fases líquidas y sólidas. Este procedimiento, señaló, es común a diversas formulaciones químicas, incluida la elaboración de compuestos como el fentanilo.
En cuanto a la seguridad, Rodríguez describió un entramado de medidas que van desde el uso obligatorio de indumentaria descartable con puesta a tierra, hasta un sistema de control barométrico de presión en las diferentes salas, que asegura que el aire fluya siempre de adentro hacia afuera para evitar contaminaciones cruzadas. Cada trabajador recibe un equipo de protección nuevo por jornada y debe cambiarlo en caso de intervenir en más de una reacción en el mismo día.
Sin embargo, la entrevista también dejó en evidencia un contraste alarmante. El entrevistador expuso la existencia de otros laboratorios donde la producción de sustancias químicas, entre ellas el fentanilo, se realiza en condiciones de total abandono: trabajadores sin delantal ni guantes adecuados, indumentaria casera como “bombacha y corpiño”, y sin aire acondicionado a pesar del calor extremo generado por los reactores. La consecuencia, según denunció, fue trágica: 96 personas fallecidas y numerosos casos de descompensación durante las jornadas laborales.
La disparidad entre ambas realidades es tan marcada como peligrosa. Mientras un entorno controlado puede garantizar la seguridad del personal y la pureza del producto, la falta de medidas mínimas expone a los trabajadores a riesgos mortales y multiplica la posibilidad de contaminación.
“La seguridad de higiene industrial era lo primordial”, sostuvo Rodríguez al recordar la disciplina de los laboratorios mejor equipados. Pero el relato sobre las muertes y la precariedad laboral en otras instalaciones refleja que, en muchos casos, los protocolos no se cumplen y las consecuencias son irreversibles.
En un contexto donde la producción de fentanilo se encuentra bajo la lupa internacional por su impacto sanitario y social, la voz de Jorge Rodríguez revela un punto clave: más allá del debate político y criminal, la discusión también pasa por las condiciones de trabajo en los laboratorios. Allí se define no solo la calidad del producto final, sino también la vida de quienes lo fabrican.